"Odia el delito y compadece al delincuente"

9 ene 2013



Las cárceles no hablan. La autonomía personal se pierde entre sus muros y la vida se reduce a seguir los hábitos impuestos por la institución. Una variada aunque, a la vez, limitada oferta educativa y lúdica los acerca a la civilización. Ellos quieren salir, pero…  ¿por qué no entrar a disfrutar de la tutela penitenciaria cuando tantos derechos se nos vedan?

La crisis azota el sistema de bienestar sin pausa. Cercena los derechos y libertades públicas con sus acciones. El sistema democrático está en entredicho. Tal es la desafección que padece el ciudadano ante el sistema que no duda en repetir contra éste. Se suceden actos que denotan una sociedad activa y participativa, pero rara vez son escuchados puesto que “los mercados” no entienden de sentimientos sino de números. ¿Qué derechos tenemos garantizados si los recogidos en la Constituciónno se auxilian?

                                          Foto: Alberto Fernández Ruidíaz  

El derecho a la manifestación se modulará, la libertad de expresión se quebranta con un susurro; estos son algunos ejemplos de los derechos, de proyección eminentemente subjetiva, que incomodan a las altas esferas. Hay otros tipo de derechos, los  esenciales para subsistir, que no son respetados casi en ningún momento. La vivienda, es una quimera; la alimentación, adelgaza mientras el hambre  engorda; la educación, se complica; la sanidad, no es lo que era.
En el anterior párrafo he añadido una excepción a la vulneración de derechos de subsistencia por parte de la Administración. Hay un colectivo que se salva de esta quema: los presos. Se constituye una antinomia, pues los castigados poseen provechos de los que los libres carecen.
La reclusión supone para muchos la aceptación de unas rutinas que antes no tenían y les llevaba a tener vidas desorganizadas, pero hay refuerzos más allá del encierro. La estancia en privación de libertad proporciona por un lado derechos: a un techo donde dormir, asistencia sanitaria y tres comidas diarias; y, por otro lado, libertades: de acceso a la educación y disposición de programas pedagógicos, trabajo remunerado y otras contingencias.
Resulta especialmente llamativo que los presos gocen de un servicio médico las 24 horas, con medicinas costeadas por el erario público. En el tema sanitario existe una clara discriminación positiva con respecto al común de los ciudadanos. También disfrutan de la visita periódica, que suele ser semanal, de los diferentes especialistas; así, un preso que lo necesite puede recibir unas gafas o unos implantes bucales sin ningún costo.
Como comentan desde la prisión de Alcalá, esto se debe a que la institución debe actuar con la “diligencia de un buen padre de familia”, porque se le han dejado a su cargo a unas personas de las que debe responder. Si se parte de esta premisa, es comprensible que la ciudadanía se queje de ese trato de favor; un preso está más tutelado por la Administración que una persona civilizada. Pero debemos cambiar el discurso, lo que se realiza en las penitenciarías es lo legítimo, el problema radica en que fuera de ella no se actúa con la misma competencia. Se generan agravios comparativos por la falta de eficiencia de los poderes ejecutivos.
El director de la prisión de Alcalá Mujeres, Jesús Moreno, apunta: “el objetivo de la cárcel es la reinserción, pero a las Instituciones Penitenciarias la Constitución les atribuye la retención y custodia”. Esta custodia supone que personas en condiciones de vida indignas salgan de su entorno vicioso y vayan a la escuela y se les dé un trabajo. “Está fenomenal, pero si cuando sale de la prisión le volvemos a poner en el mismo núcleo, sus perspectivas se agotan”. Sentencia un Moreno que aboga por el apoyo a los programas de reinserción fuera de la prisión (pisos de acogida, labores de apoyo).
Al entrar en prisión se pierde la libertad y la independencia de decidir qué es positivo o negativo para el desarrollo vital. La subdirectora de tratamiento de la prisión de Alcalá Mujeres, Sara Martínez, dice que la consecuencia de unos “años alejados de su entorno familiar es tan brutal que no vuelven a reincidir”. Siempre hay excepciones, matiza. No nos damos cuenta de lo que significa la libertad hasta que la perdemos.
Los presos aprecian la labor que se realiza en los diversos talleres porque les traslada a esa etérea libertad que tanto ansían. Las excursiones, cada vez más infrecuentes por los recortes presupuestarios, a diferentes lugares de la geografía española les ayudan a valorar lo que desconocían. El fundamento de estas actividades que podríamos denominar “de lujo”, dadas las dificultades actuales, reside, según palabras del subdirector de Instituciones Penitenciarias, Javier Nistal, en: “si la sociedad ha sido un factor determinante de la teología delictiva también tiene que ser un factor de la recuperación del delincuente”.
El acercamiento a un mundo instructivo es para muchos reos una catarsis, dado que la mayoría provienen de entornos muy nocivos en los que la educación es no es un valor, sino un impedimento para las prácticas delictivas.
La frase que titula este documento, "Odia el delito y compadece al delincuente", la pronunció Concepción Arenal hace más de un siglo. Resume perfectamente el sentir de las líneas anteriores, el preso necesita reeducación, es como un niño que está por pulir. No hay que escatimar medios en una tarea que revierte en el bien común, ni caer en un discurso utilitarista que desacredite la labor de los funcionarios de prisiones y voluntarios. Está claro que no gozamos de algunas ventajas que se tienen entre rejas,  pero la vida da oportunidades que la cárcel tiene limitadas y un margen de mejora que los barrotes diluyen.

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